Los chilenos somos descendientes de una colonia española pobre y lejana, parcialmente hibridados con una raza taciturna que atesoraba una abundante pobreza. De ese cruce salió un pueblo con una tendencia genética hacia el gris y el azul marino. La bendición de Chile es la sobriedad de los borrachos silenciosos en los pueblos, la timidez del cumbianchero mirándose los zapatos en las fiestas, las mujeres que se tapan la boca al reír.
La parte más poblada de Chile no es suficientemente fría como para que el viento polar frague un temperamento fuerte y trabajador. Tampoco es lo suficientemente cálida como para llenar de guirnaldas de flores las calles y reír bajo un sol sabrosón. No somos ni sobrios ni festivos, ni fuertes ni felices.
Los españoles que llegaron al Chile prehistórico no encontraron riquezas reales ni imaginarias. Masticaron arena caliente en el desierto y bebieron hielo frío en las montañas. Volvieron rotos y sin nada que ofrecer, salvo tierra, y más tierra. Los ex-dueños de esa tierra fueron guerrilla entre los árboles. Las araucarias los protegieron por un tiempo. La lección histórica fue el triunfo del que roba, y la borrachera amarga del que mira lo suyo desde lejos.
Los nuevos dueños de la tierra pronto fueron nuevos ricos y se envalentonaron. Nuestra primera declaración de independencia duró la suma de lo que tarda en ir una carta y en volver un ejército de ocupación. La ocupación duró lo que demoraron en ayudarnos los Argentinos. Nuestra amista y lealtad con ellos no duró mucho tampoco.
No somos cobardes, pero somos un pueblo que exalta el valor moral de la medianez. Porque al que llega al último le llegan palos, y el que termina primero recibe trabajo de más. Cultivamos los logros pequeños. Cada niño chileno sabe que la canción nacional es la segunda mejor canción del mundo, despues de la Marsellesa, y aprende a declamarlo con orgullo. Eso es ser patriota para nosotros, y tratar a los Europeos rubios con deferencia y a los nortinos cholos con desprecio. Ese es nuestro camino hacia la grandeza.
Seguro ahora estás esperando que concluya con algo bueno para Chile.
Pero ahora no tengo nada más que decir. Si naciste en Chile es por una rara casualidad, porque es 100 veces más probable nacer en China.
Update 28 Abril del 2007 en SushiKnights:
En mi vida personal, creo que fue bueno para mí haber nacido en Chile. Me encanta, por ejemplo, estar casado con una chilena excepcional, que si no fuera chilena no sería tan excepcional (creo yo).
Me gusta también el hecho de que si hubiera nacido en un país más pobre, tal vez no hubiera podido dedicar 10 años a la universidad, y si hubiera nacido en un país más rico, tal vez no hubiera querido hacerlo ;-)
Tal vez el problema es que me eduqué de pequeño durante la dictadura, y por lo tanto, durante en un período muy nacionalista en que el sistema educativo nos vendía cuentos muy fantasiosos. Estoy seguro de que el 90% de los chilenos sigue creyendo en la existencia de la "antártica chilena", o en el cuento de la canción nacional, o de que Chile ganó el concurso de banderas, etc. Pero no es eso lo que me motivó a escribir.
Lo que me avergüenza de veras, es el trato que dan los chilenos en general a los peruanos, bolivianos, ecuatorianos, argentinos, y como contrasta con como tratan a los gringos, alemanes, etc. Me da vergüenza ajena el trato que tienen los nuevos ricos chilenos hacia ellos. Creo que ese es el principal contexto de mi crítica, pero no, no estoy ni abandonando Chile, ni nada por pasarme un par de años afuera -- sería absurdo. Lo que digo es que no hay honor en menospreciar a los otros países, e intento darle un cierto sentido de realidad a la nueva posición de Chile en latinoamérica.
Update 30 de Mayo del 2007: Para dar un poco de contexto a este artículo, ahora que ya pasó el revuelo. Lo escribí en respuesta a una noticia que ví sobre racismo en Chile, en que se hablaba del trato que se da a peruanos y bolivianos en mi país.