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Society and freedom

If

Tras un año de una relación turbulenta, sicótica, amarga, voraz, siendo un gusano eterno, reptil que arrastra la guata exigiendo cariño inútil; me decido finalmente a dar un fin violento a todo, y nada me puede hacer cambiar de opinión.

Vuelvo a su casa un día cualquiera, a buscar mis cosas. La carne es débil, y en el instante supremo, aquel en que la consciencia estalla en un millón de estrellas yo me dejo caer mirando hacia otro lado, arrepentido, dolido. Adiós.

Un mes más tarde, la sorpresa inesperada, el temor que se va haciendo real con el transcurso de los médicos y los exámenes. Y ahora que hago. Me decido a intentarlo, me cuento el cuento de que se puede separar, que una cosa es ser padres y otra estar juntos. 17 años tenía. Y muchos más miedos. Y nada en los bolsillos ni en la cabeza. 17 años y poco sentido común. La situación fue demasiado para mí. O yo demasiado poco.

Cuando mi niño nació, no estuve allí. Huí. Cuando cumplió un año, dos, tres, tampoco. Crecí con el miedo a una demanda y el arrepentimiento, y la vergüenza-orgullo de ser papá y no serlo. Pasaron muchas personas que pasaron con mi lado mirando con desprecio y reflejando mi propio arrepentimiento. Y no me dejaron nada. Todo lo que me decían no me decía nada. Pasaron pocas personas que se sentaron a hablar conmigo, sin afán moralista. Y me dejaron mucho.

No sé si antes estuve preparado. Me encontré con ella, la mamá de mi hijo, más grande, sobre un puente alto y blanco. Conversamos. Me mostró fotos. Me regaló la cinta que le ponen a los niños en la muñeca cuando nacen. Le dije que quería ver a mi hijo. Me dijo que no sabía si él me aceptaría.

Él me aceptó. Lo veo desde hace 8 meses. Trato de resarcir el tiempo perdido. Me siento culpable. Trato de que no se me note. Pienso que todo hubiera sido distinto si ... sí .... si nada. Soy el que soy ahora. Antes era otro. En ese momento, pensé que estaba bien lo que hacía; no tenía muchas opciones en la mente.

Mi hijo es mi hijo. Sabe que soy su padre. Su papá Carlos, porque su otro papá (su abuelo) también está presente. Le enseño a respetarnos a ambos. Lo quiero y lo amo, y el me quiere y me ama. Jugamos; me gusta ser jóven y poder subirme con él a los juegos, revolcarme en el pasto y correr sin cansarme, inventar juegos del aire, la brisa, las hojas y piedras, cantar melodías propias, entonadas en voz baja en murmullos de alegría y cariño.

El mundo no se derrumba con un hijo. Sí se reconstruye. La vida no termina. Sí se reconceptualiza. Ser padres del mismo hijo no significa ser pareja. Sí tener que verse harto. Asumir una paternidad no es imposible. Sí es difícil.

Pero es muy hermoso.

La maldición de los muertos vivientes

Sí, a estas alturas lo considero una maldición, algo que me persigue por los pasillos, salas de clases, patios, va conmigo a la cafetería, quizás se sienta en la mesa del lado o hace fila justo delantemío.

Los muertos vivientes están aquí, en frente de nuestras narices donde son más difíciles de ver, sin embargo y cual fórmula de brujería que permite relevar su disgustante y maloliente presencia, me permit la patudez de revelarlos, ponerlos a la luz del sol y esperar que se transformen en estatuas de sal, o se reconviertan y pasen a ser parte del mundo de los vivos.


El muerto viviente es un personaje demasiado habitual: es abúlico, indiferente y aburrido, una lata por donde quiera que se le mire, el paso por la escuela es una etapa más en un camino que no tiene destino. El muerto viviente anhela tener una hermosa y gran casa con una rubia tonta en ella, un auto último modelo, ser envidia de sus amigos, arrastrar un carrito de supermercado el Domingo por la mañana por el Jumbo o el Home Center, rodeado de dos o tres muertos vivientes chiquitos, clones de él si es posible. El muerto viviente quiere tener vacaciones de lujo y viajar por el mundo, recorrer y conocer, la vida se le hace fácil porque tiene los ojos cerrados, porque en Chile no hay pobres, porque si pasé el ramo significa que aprendí, porque estamos en democracia, porque la Universidad es para todos, porque nadie pasa hambre, porque el que quiere estudiar estudia, porque quizás si hay pobres, pero es porque son flojos.

El muerto viviente vive, porque metaboliza, respira, ingiere alimentos y genera desechos. A veces habla temas de muerto viviente que son igual de fomes que él. el muerto viviente está muerto, porque a parte de eso no hay nada más en su alma, no hay sustancia, no hay inquietud, deseos de superar su condición de podredumbre interior, deseos de llenar ese vacío, el anhelo de encontrar algo que le de sentido a su vida, un objetivo vital, o por lo menos de reconocer que su vida no tiene objetivo y vivir el presente plenamente.

Pero a veces el muerto viviente se aburre, quizás en la tarde mientras hace zapping como enajenado tendido en su cama viendo Extra Jóvenes o escuchando la Rock and Pop. Tal vez sueñe que su vida cobra sentido y que hay alguna esperanza, tal vez intente encontrar algo por lo cual luchar, algo que llene espacios, algo que hacer por la vida misma ...

O tal vez piense puras estupideces. Como siempre.

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