Temor a la muerte
Todos le tememos a la muerte. Una amiga me preguntó hace pocos días, si se podía creer en la existencia de Dios pero no en la inmortalidad del alma. Yo le contesté que en ese sentido, ¿para qué creer en Dios?. Desde mi punto de vista, las creencias religiosas, y lo apegados que están tantos a dichas creencias, existen simplemente porque muchos no aceptan la posibilidad de dejar de existir. De dejar de ser.
Tal vez incluso sea deseable dejar de ser. Arthur Schopenhauer decía que exigir la inmortalidad del individuo sería como querer perpetuar un error hasta el infinito. Pero una cosa es aceptar, intelectualmente, esta mortalidad y otra es realmente aceptarla en un plano más personal. Muchos vivimos la vida tratando de hacer muchas cosas, no porque sepamos que nos morimos algún día y lo hayamos aceptado plenamente como una verdad. ¡Lo hacemos porque no lo hemos aceptado! Porque acelerando el tiempo, procurando aprovecharlo más, tratamos de hacer trampa, de vivir más en menos tiempo, y no se puede.
Yo no sé que es realmente a lo que le tengo miedo. No sé si es al hecho de dejar de ser, o al hecho de no dejar huella en el mundo, o al hecho de vivir una existencia corriente. El otro día, en un libro de pintura holandesa del siglo XVII ,un cuadro me abrió los ojos.
La lección de anatomía
La pintura holandesa del siglo XVII fue una de los más productivas y notables de la historia. Esta época de oro para la pintura apareció por la necesidad de los artistas de adaptarse al signo de los tiempos. Existía una gran clase media en Holanda, muy pragmática y a quiénes los motivos clásicos y mitológicos de la pintura no les decían nada. Además, se encontraban en un contexto religioso protestante, en que las representaciones de Cristo, los santos y la vírgen no tenían mucha cabida. Mientras en el resto de Europa, los mitos y leyendas griegos y las imágenes del nuevo testamento cubrían prácticamente todas las telas de los grandes pintores, en Holanda algo distinto debía hacerse.
La solución fue muy simple: pintar el retrato de los hombres y cosas de Holanda. Detallar sus existencias mediante "un realismo sin compromisos, llevado a cabo al más pequeño detalle y mediante un análisis minucioso" (Attilio Podesta: Seventeenth century Dutch painting, Istituto Italiano d'Arti Grafiche, Bergamo, 1961). Existía una enorme demanda de pinturas, y durante al menos tres generaciones, los retratos en grupo eran muy populares, y representaban el símbolo de la clase media. Despues de su meteórico ascenso en lo económico, la gente vivía bien y quería mostrar lo bien que vivía.
Existían ciertos códigos en los retratos, como por ejemplo que las personas debían aparecer más o menos igualmente visibles en cada pintura.. La "Lección de Anatomía" de Thomas de Keyser, pintada en 1619, refleja esta regla. En la pintura aparecen seis personas, tres en cada lado, en dos triángulos bastante regulares, todas las caras más o menos del mismo porte, con un poco, pero muy poco, de variación en la pose de cada uno para dar más naturalidad y equilibrio a la composición:
Esta misma composición rígida inspiraría a Rembrandt a tomar una aproximación más innovadora en su propia "Lección de Anatomía del Dr. Tulp" algunos años más tarde, cuadro que resultaría mucho más famoso que éste, pero esa es otra historia distinta.
Resulta casi seguro que la "Lección de Anatomía" no representa una verdadera lección de anatomía, sino más bien el evento de retratarse con un buen pintor. Los alumnos del doctor Sebastian Erberstz, que dirige la lección, aparecen impecables y dignificados en sus trajes, adecuados a su profesión y época. En el cuadro, el más joven de los pupilos, que estará en torno a los 25-35 años, aparece casi divertido por el hecho de ser retratado:
Su rostro es visto por miles de visitantes cada año en el Rijksmuseum de Amsterdam. Pero hoy no sabemos nada más de este personaje. Con un poco de imaginación podríamos pensar que fue médico y atendió a muchos pacientes. También tuvo esposa, hijos, y falleció en algún momento entre 1650 y 1680, siendo sepultado en algún cementerio holandés. Estadísticamente, desde 1616 a la fecha han transcurrido unas 20 generaciones, lo que significa que, si él tuvo hijos, su genoma está posiblemente repartido por una zona vasta del planeta.
Los detalles de la vida de este ser humano individual se perdieron completamente en el tiempo. Es probable que su nombre y apellido, junto al del resto de los retratados se encuentre escrito en alguna parte del cuadro. Tal vez incluso con un poco de esfuerzo se podría reconstruir parte de la historia de este personaje. Lo difícil sería encontrar a alguien que quisiera darse el trabajo de hacerlo. Su existencia personal, sus preocupaciones y batallas personales nos resultan ajenos.
Sólo sabemos que su imagen es inmortal por haber tenido la suerte de aparecer en este cuadro. La masificación de este tipo de pintura posiblemente ocurrió algunos siglos antes, pero antes de que estuviera extendida la técnica del retrato, con muy pocas excepciones sólo los muy ricos o notables podían quedar "inmortalizados" en una escultura o una pintura. Adquirir fama y/o fortuna era prácticamente la única forma de quedar inmortalizado en este sentido.
En el siglo XVI en Holanda, prácticamente toda la clase media podía acceder a hacerse un retrato, y muchas de esas pinturas perduraron en el tiempo. En el siglo XX se masificó la fotografía, y muchos más alcanzaron este tipo de inmortalidad. Por ejemplo, y en un proyecto de arte muy interesante, Diego y Susy, una pareja de argentinos, se han tomado una fotografía anual desde hace 30 años, donde se puede ver el paso del tiempo en ellos y en sus hijos. Más aún, en el siglo XXI con la masificación de la fotografía digital, cada recién nacido genera cientos de megabytes de fotografías desde que asoma su cabeza en este mundo.
El tipo de inmortalidad que hemos ganado en los últimos años con la existencia de la Web es el sueño de todos los vanidosos que nos precedieron. Ya no es necesario escribir un best seller, esculpir o pintar una obra de arte, o grabar un álbum super ventas para ser inmortalizado. Cualquiera puede tener su página o su blog y vaciar sus pensamientos para la posteridad, y el Internet Archive se encargará de preservarlas. Si el alumno del Dr. Egberstz retratado en la pintura hubiera tenido su blog, podríamos haber visto su página y enterarnos fácilmente de sus propias ideas y devenires.
Tipos de inmortalidad
Para una persona que no cree en la existencia de un alma inmortal que se va al cielo, infierno, valhalla, yomi, o lo que sea, existen varios tipos de inmortalidad:
La primera es la inmortalidad de las consecuencias de nuestra existencia. Es absolutamente imposible pasar por el mundo y llegar a la adultez sin dejar ninguna huella en él. Cada una de nuestras acciones, de nuestras decisiones, incide en el futuro de los demás, tal vez en un radio pequeño, pero a lo largo de nuestra vida tenemos tantas interacciones que jamás podremos saber todas las consecuencias que tuvo nuestra vida. Por cierto, para muchos esta "inmortalidad" no es suficiente para satisfacer a un individuo, porque es difícilmente rastreable a una persona concreta.
La segunda es la inmortalidad física, palpable, estricta, de no morir nunca, sea por nuestros propios medios o porque nuestro software sea subido a una máquina donde podamos seguir viviendo. Creo que al menos por el futuro más próximo ese tipo de inmortalidad está fuera de nuestro alcance.
La tercera es la inmortalidad de la fama, de que lo que hagas afecte directamente la vida de muchos. Algunos de estos son inmortales en áreas muy especializadas (como Cauchy, que es seguramente conocido por todos los matemáticos del mundo pero por prácticamente nadie más) y otros inmortales en áreas mucho más grandes, como Gandhi o Hitler. Este es el tipo de inmortalidad en que pensamos cuando hablamos de "fama", y es valiosa para muchos, aunque otros puedan no considerarla una "verdadera" inmortalidad. Por ejemplo Woody Allen bromeaba diciendo "no quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi trabajo, ¡quiero alcanzarla a través de no morirme!"
La cuarta es la inmortalidad de la imagen, de dejar una traza concreta de nuestra existencia, rastreable a nosotros mismos como seres individuales. El estudiante del Dr. Egbertsz, por ejemplo, es inmortal en este sentido, así como todos los que vivimos en esta era digital. Para siempre existirá una forma fácil de encontrar lo que hemos escrito o una foto nuestra. Esta generación será la primera en que una gran parte de sus individuos serán inmortales en este último sentido.
Existen detalles digitalizados de las vidas de millones de personas, muchos de ellos públicos, y esta era de masificación de lo digital será para los historiadores del futuro una época de constante estudio, puesto que serán los rastros más antiguos que existan con tal nivel de detalle.
Hay una consecuencia más, que ese gran temor de antaño, de no dejar ninguna huella de nuestro paso por la vida, ya no existe. La inmortalidad de imagen está disponible para muchos en la era digital. Es, por cierto, la menos valiosa forma de inmortalidad, pero afortunadamente es también la más barata.
Todos tenemos ahora al menos la garantía de poder ser recordados. Si eso alivia en parte el temor a morir, es otra historia.