Apocalipsis

Eludio

Abrid los oídos y el corazón y escuchad atentos, pues lo que vais a oír es el clamor de alguien que ha mirado en los ojos de la bestia y ha encontrado en ellos sólo un inútil reflejo.

Pues lo que aquí revelo no estaba escrito, sino que lo escribimos nosotros, y nuestros padres, y los padres de nuestros padres, al comienzo suavemente, pero ahora con trazo firme; y a la presente generación le tocó el tiempo de pagar por lo hecho.

Y difundid lo que habéis escuchado a los cuatro vientos, para que no caigamos en lo mismo y rezad a vuestros dioses más queridos que nos permitan aprender algo y escribir las siguientes páginas del libro de nuestra raza con más sabiduría. Es necesario.

1. La falta de sueños

El primer ángel iba desnudo, y tocó sobre el desierto, pues tenía miedo de que alguien lo viera y así, disminuyera la efectividad de su plaga. Una lagartija que corría a prisa por un surco en la arena escuchó el primer sonido y comenzó a caminar cada vez más despacio, hasta quedarse detenida, esperando que el sol la secara.

La trompeta del primer ángel emitió un ruido disonante y sin ninguna cadencia, que se confundió en las ciudades con el rugir de las máquinas. Y muchos de los que escucharon el sonido se quedaron pasmados, en silencio por un momento. Cuando volvieron a hablar, el sonido de su voz era ligeramente distinto, casi imperceptiblemente más grave, levemente más fuerte, pero claramente más firme que antes.

Con ojos penetrantes examinó el ángel su obra usando un cristal anaranjado que permitía ver el alma de las personas, y a muchos los encontró con el alma desnuda, tiritando en un rincón de sus corazones, desprovista de anhelos, sueños e ideas inspiradoras. Y dejaron los hombres de soñar con futuros de esplendor, dejaron de hacerse promesas de bienestar y de cariño, rompieron sus votos consigo mismos y pensaron amargamente que el futuro estaba infinitamente lejos y no valía la pena preocuparse por él, sólo seguir empujando un carro de cemento murmurando maldiciones en silencio.

Y quienes dormían y fueron alcanzados, siguieron soñando igual que antes, pero a la mañana siguiente no podían recordar nada de lo soñado.

2. El materialismo

El segundo ángel era un espiritu festivo, que vistió sus mejores ropas doradas, hizo su aparición con destellos de luces en un lugar con mucha gente, y tocó su trompeta con un sonido chillón, fuerte y estrepitoso, manteniéndo los ojos cerrados, muy concentrado.

Y su sorpresa fue grande al abrir los ojos y darse cuenta de que nadie lo había visto ni parecía haberlo oído, y la gente a su alrededor corría y vociferaba llevando y trayendo papeles, con la vista fija en una gran pantalla con siglas y números.

Avergonzado, escondió la trompeta en los pliegues de su túnica y salió a contemplar su obra, y estuvo feliz al ver que casi toda la gente se hallaba en ese momento frente a una vitrina, buscando algun otro artefacto inútil que le prometiera felicidad.

Y vió al juez corrupto condenar al justo por dinero, y al abogado infame mentir por dinero, y al policía inescrupuloso destruir una vida por dinero, y al ingeniero mediocre rogar porque su obra hecha con los materiales más baratos no se fuera abajo antes de que él saliera del país, y a todo el mundo, del más grande al más pequeño, persiguiendo a su manera un fajo de billetes.

Por un momento temió haber arruinado la obra del ángel anterior al haberle dado a la gente un nuevo sueño, pero se conformó, al ver que el alma de las personas seguía desnuda, sólo que ahora se hayaba tendida en el suelo de sus conciencias, para no malgastar energías.

3. El egoísmo

Cuando el tercer ángel tocó su trompeta, lo hizo sobre el mar, y tuvo como testigo sólo a una ballena que se estaba dejando morir de soledad. Y el estruendo en ese lugar fue tal que auyentó los pájaros que volaban hacia el sol, desbandándolos y perdiéndolos de su camino.

El sonido se propagó a la distancia en ondas graves, lentas, que rozaron la conciencia de los que en ese momento estaban despiertos.

Y el hombre que caminaba por la acera no oyó al viejo vagabundo respirar por última vez. Y la mujer que estaba en la plaza no vió al niño de manos sucias arrastrar un carro mucho más grande que él, ni escuchó sus frágiles huesos crujir al romperse. Y todos, niños, hombres, mujeres y ancianos cerraron sus ojos a la pena, a la miseria y al sufrimiento de los demás.

El ángel paseo su mirada sobre la ciudad, vió bajo los puentes, en los basurales, en los pórticos de las iglesias y encontró muy pocas personas que no hubieran caído presas de su plaga, y al encontrarlos pensó que no importaba pues había alcanzado a la mayoría, y eso le bastaba.

4. El miedo

El cuarto ángel apareció escondido en una nube gris, pues era tímido por naturaleza. Tocó su trompeta muy despacio, y no se quedó a contemplar su obra, sino que regresó inmediatamente a su plano dimensional.

En ese mismo momento, una pequeña le regalaba un dulce a otro niño en el parque, pero al sentir rozar su mano, se le vinieron a la mente imágenes de la televisión y de los diarios, sobre niñas muertas o violadas, y tuvo tanto miedo que corrió a refugiarse con su mamá.

Y todos comenzaron a mirarse con desconfianza, y el filántropo vió que no podía dar mucho dinero al hogar de niñas sin que lo consideraran degenerado, y el jóven vió que ya no podría intentar conversar con la gente que encontrara en su camino. Y todos se desesperaron comprando rejas, candados y cadenas. Y hasta el ladrón dejó de trabajar en grupo.

En la misma tarde de ese día, las tiendas que vendían armas tenían sus escaparates vacíos y sus dueños los bolsillos llenos. Y descubrían en el iris de cada cliente que llegaba una ardilla asustada en medio de un bosque oscuro.

5. El cansancio

El quinto ángel tocó en una pradera, y los animales que lo oyeron se tiraron en el suelo, dejaron de respirar y no volvieron a abrir los ojos.

El ángel vió a los hombres romper sus espaldas en las minas, las construcciones y las canteras bajo el peso de toneladas de angustia y vió al obrero con el sonido del martillo colándose a través de su casco, hacia su mente, su carne y sus huesos.

Vió a las mujeres con los pies rotos de tanto caminar, sangrar la pérdida de un hijo por no haber parado de trabajar cuando debían; vió a los oficinistas con lumbago, ojos rojos, úlcera y un dolor de cabeza insoportable volver a sus casas cabeceando, bostezando y desfallecer sobre sus camas, con la mente llena de números que los torturaban en un arrullo de ansiedad hasta dormirlos, si es que se puede decir que quien se desmaya está durmiendo.

Se detuvo en una esquina a escuchar la respiración de la humanidad, y se dió cuenta de que muchos no dormían de cansancio y de dolor, y su rostro se iluminó de placer.

6. La rabia

El sexto ángel apareció en seguida. No llevaba una trompeta, sino un tambor. Y empezó una marcha con un estrepitoso redoble.

El sonido del tambor les enseño a los hombres a tener vergüenza de sus sentimientos. El ángel puso al compasivo y sensible abajo, y adornó la existencia del brutal e inmisericorde con fama y poder. Y el adulto le enseñó al niño a callar y ocultar sus emociones.

Pero los sentimientos seguían ahí, y fueron creciendo en pequeños capullos que incubaban rabia y frustración Recorrió las ciudades y convirtió a esclavos en patrones y a patrones en esclavos, muchas veces. Y cada nuevo amo era aún más cruel que su antecesor, y cada nuevo esclavo tenía aún más rabia y codicia.

Para cuando terminó su canción, todos y cada uno a su manera habían convertido sus corazones en potentes bombas de rabia que estallaban al menor roce con los demás.

7. La muerte

El séptimo ángel tocó su trompeta en el cielo, y se hizo un silencio, que duró sólo un instante.

Al momento siguiente, la tierra retomó su ritmo y siguió girando, y los hombres siguieron trabajando igual que siempre. Y cavaban surcos en un basural enorme, y labraban roca agotada, y escribían sobre hojas sucias. Y sus máquinas seguían funcionando sobre sí mismas.

Pero estaban vacíos por dentro, enormemente vacíos. Los niños lloraban más fuerte que antes y abrazaban a sus madres que miraban el horizonte sin ninguna expresión en sus rostros.

Pero el humano es un animal rebelde, y prefería la muerte física a esta atonía del espíritu. Y prefería morir de pie a vivir encorvado bajo el peso de su propia estupidez.

Y se levantó, y comenzó a llenar de nuevo su carro de sueños.

Epílogo

El destino, la muerte, la destrucción, el sueño, el deseo, la desesperanza y el delirio, que una vez fue la dicha, se dieron cita para reconstruir en las cenizas.

El delirio entonaba para sí un murmullo de cuna dulce, y su cantar inspiró a los poetas. La desesperanza levantó a las mujeres de la adversidad a la lucha. La destrucción empujó a los hombres a dominar su entorno de nuevo. El deseo acercó a ambos en un abrazo de amor. El sueño llenó las almas de visiones, algunas confusas, otras nítidas. La muerte les dió un nuevo comienzo.

Y el destino hechó un vistazo a su gran libro de tapas de hierro, y aunque siempre era impenetrable su pupila reflejaba la sombra de una risa.