Despedida de Rengo
La casa se ve tan chiquita ahora, tan sola y es para siempre, sus paredes limpias con muchos clavitos y manchas claras de madera blanca de suciedad y oscuridad. Las ventanas marcadas por cientos de autoadhesivos, mi pieza sin cama, como ya no están las camas es definitivo, nos vamos, se acabo, mis amigos no los voy a volver a ver, mi profe mi escuela.
Dice mi papá que Concepción es bonito, que llueve mucho y tengo que abrigarme. Pero no me quiero ir. Por dentro el niño chico hace una rabieta ciega, el niño grande regula, apacigua, calma, confía en que este pueblo chico no es para mí si soy alguien grande, especial. El niño grande que soy yo mismo miro alrededor, sonrío con frialdad, con distancia; visito cada pieza, una última vez, cierro ventanas y la puerta de cada una, voy a la cocina tomo un último trago del agua de Rengo y me voy hacia el auto de mi papá, callado, con una sonrisa, desolado por dentro y evitando con todas mis fuerzas mirar hacia atrás, pero no puedo evitarlo, lo hago y me quedo quieto, corro hacia la casa, toco la pared con una mano, cierro los ojos, respiro y soy grande de nuevo, esta vez puedo hacerlo, no vuelvo la vista atrás, me subo al auto - ya, vámonos, papá.